Por: Dra. Karyna Arteaga de Abad.
Hace muchos años un ginecólogo húngaro, Ignaz Semmelweis, habló sobre la importancia de lavarse las manos y de desinfectar los instrumentos quirúrgicos, antes de atender a las mujeres que parían. Él observó que las bacterias que producían la enfermedad llamada “fiebre puerperal”, que causaba la muerte a un elevado índice de mujeres, se debía a que dichas bacterias eran transmitidas por las manos contaminadas de los mismos médicos cuando atendían el parto.
Él recomendó que los estudiantes y médicos se lavaran las manos y desinfectaran los materiales de cirugía, antes de atender los partos. A esto se llama “antisepsia”, es decir desinfección. Por esta recomendación se logró bajar la mortalidad de las mujeres parturientas del 11.4% al 1.27%.
Esta introducción es simplemente una manera de incentivar la práctica saludable de las normas de higiene. Si nos lavamos las manos cuando hay que hacerlo estamos practicando la primera gran norma de la medicina preventiva.
Todos los ciudadanos estamos llamados a practicar estas mínimas normas de higiene que darán máximos resultados en la prevención de enfermedades y en el mantenimiento de la salud. Al lavarnos las manos con el sencillo método de usar agua y jabón, evitaremos el contagio de virus, bacterias y parásitos.
En la mañana, al levantarnos; al llegar al trabajo y al salir; al volver a casa; antes de cocinar; antes de servirnos los alimentos y antes de irnos a dormir. Si estamos resfriados con mayor razón, si es posible, después de cada estornudo. ¡No es exageración! Vale más prevenir, que lamentar.